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Capitulo 59

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No es hasta esa tarde noche que me acuerdo que Cianna me tenía que decir algo, pero es complicado acordarse de algo cuando está Marko cerca de mí en plan macho posesivo y meloso. Me ha tenido retenido, que no contra mi voluntad, en la habitación.
Me acerco a su habitación cuando Marko  se ha metido en el baño y no se da cuenta de mi ausencia en un corto periodo de tiempo. Me abre la puerta y mirando hacia ambos lados del pasillo me tira del brazo hasta quedar dentro de la habitación. Tal cual película de espionaje.
-He encontrado algo- empieza a decir antes de que pueda llamarle de loca para arriba-  no sé si es fiable, pero tengo una lista y un sospechoso clave.
No sé si es porque estoy de muy buen humor, o porque Marko me vuelve gilipollas por horas, pero me entran unas ganas tremendas de reír, mas me controlo, aun siendo gilipollas tengo un poco de educación. Pero es que no es fácil, sospechoso clave. Muchas películas ha visto esta. Demasiadas, quizás.
Le pregunto de quien se trata, para bueno, tener cuidado si lo veo por ahí, o para partirle la cara de anormal que tiene, lo primero que toque. Que se note mi pacifista interior.
-No te lo voy a decir porque no estoy segura del todo y te conozco. Si vuelve a llamar me avisas, da igual la hora que sea.
Asintiendo me voy, la verdad es que no presiono mucho para saber quién es el sospechoso,  puede que sea porque quiero llegar lo antes posible a la habitación o porque no me apetece molestarla mucho. Todo puede ser. Pero lo obvio es obvio y yo quiero estar con Marko. Es una gran estupidez que intente negar que hay una fuerza invisible que me atrae hacia él.
Me río yo solo en medio del pasillo, ganandome dos miradas de extrañeza por los dos hombres que me acompañan,  tengo unas ocurrencias geniales.
-¿Dónde has ido?- me pregunta su grave voz, nada más abrir la puerta. Le explico que he ido a la habitación de Cianna, acompañado de los dos guardaespaldas, para mi máxima seguridad- ¿Para?
Me encojo de hombros sonriendo, me acerco y sé como hacer que se le olvide. Juntamos nuestros labios, rojos, todavía, de la sesión anterior, y es tan agradable, tan acogedora sensación, como si encajaran a la perfección, como si hubieran sido concebidos para ello.

-¿Y si cenamos por ahí?- pregunto unas horas después, mientras estamos viendo una serie tonta que pasan por la tele, me recuerda a las tardes que pasamos en su casa mientras él veía la serie y yo lo observaba a él, me fijaba en lo perfecto, en lo afortunado que era, y soy, de tenerlo, de que sea mío.
Y cenamos fuera, no sin dos gorilas cerca, no sin numerosas miradas en nosotros, no sin dejar de mirarnos, no sin continuos sonrojos de mi parte y mil y un alago de la suya.
Como ha sido desde que llegamos aquí y como me da la sensación de que va a ser hasta que nos vayamos. Que no es que me queje, me gusta este trato de favor, sin embargo la privacidad es un placer del cual ya no gozo tan ampliamente como antes.
Es en el momento en el que  estoy en el baño del restaurante lavándome las manos cuando mi teléfono suena con un mensaje. Secandome las manos divago en quien podría ser a estas horas. Seguramente sea Koji, mi madre o Cianna, en realidad no hay muchas más posibilidades, no se puede decir que haya socializado mucho.
Se me cae el móvil al suelo en cuanto el mensaje es abierto y mis manos hacen un viaje insconsciente hacia mi boca mitigando mínimamente el grito que amenaza en salir de ella, los ojos se me aguan y las manos me tiemblan. Segundos después, que se asemejan a horas,  unos fuertes brazos me rodean, acompañados del característico olor de Marko. Su voz, siempre tan profunda y calmada me pregunta una y otra vez el porque de mi estado.
En otro par de segundos no soy capaz de hacer nada más que llorar y negar con la cabeza, apoyado en el pecho de Marko. Sacando una fuerza que no conocía levanto mi brazo, que pesa mucho más de lo que recordaba y señalo el móvil que está dado la vuelta en el suelo . De pronto el apoyo se vuelve menor al agacharse para recoger el estallado teléfono. Me abrazo a mí mismo con la intentención de buscar algún tipo de consuelo. Uno que no soy capaz de brindarme.
-Enano, bebe- me llama, una y otra vez Marko, buscando mi mirada perdida en aquel punto del suelo, donde hace apenas unos segundos descansaba el móvil con un mensaje terrorífico abierto- cariño, mírame.
Lo hago, le miro, sin enfocar y mantengo mis ojos aguados en su dirección con la esperanza que me diga que es mentira, que no es mi madre la de la foto. Que no está atada, que no tiene un ojo morado y que está bien y libre. Necesito que me diga que es una macabra broma. Pero no lo hace. Y de mi boca sale un lastimero gemido que no llega a asemejarse al dolor que dentro estoy sintiendo en estos momentos.
-Necesito que me cuentes todo- dice limpiando las incesantes lágrimas que surcan de mis ojos, el nudo que tengo en mi garganta me hace imposible hablar y el dolor del pecho solo va en aumento- Para ayudarte necesito saber todo, tienes que hablarme, por favor.
Lo intento, de verdad que lo hago, pero siento una mano invisible y extremadamente fuerte agarrando mi garganta además del  puño permanente en mi pecho. De mi boca no salen más que hipidos y algún que otro intento de murmullo. No puedo formar una palabra con lo pastosa que tengo la boca, no puedo pensar más que en la imagen de mi madre amordazada y sufriendo.
-Cariño, te juro que todo va a estar bien- promete dando besos en mis mejillas, como si así el dolor fuera menos, como si con besos pudiera hacer que el dolor que me invade se reduciera, por mínimo que sea. No lo consigue.- ¿Qué ha sido antes de esto? ¿Es el primer mensaje que te mandan?
Niego, escondido en su pecho, buscando algún punto seguro, intentando despertar, y que todo esto no haya sido más que una terrible pesadilla. Sé que gruñe, por impotencia, por pensar en la poca confianza que hay entre nosotros por no habérselo contado, por no haberse dado cuenta. Y quiero hablar y contarle que no ha sido por eso, que ha sido por no molestar, pero no soy capaz y no puedo odiarme más por ello, si se lo hubiese contado desde un principio, si no le hubiese ocultado lo de las llamadas, ahora mi madre estaría bien. Estaría en casa, cocinando, enredando en el huerto, o metiéndose con alguna de las vecinas. Estaría fuera de peligro.
-¿Cuándo empezaron?- pregunta con constantes caricias en un intento, vano, de tranquilizarme- ¿Cuántas han sido?
-Empezaron siendo llamadas- digo hiperventilando al encontrar la voz desde lo más profundo de mí. Me obligo a no dejarme ir, a explicarle todo, a decirle cuanto de mi dependa para que le pueda ayudar, para que la salve. Para que la saque de esta horrible situación en la que yo la he metido.
Y le cuento todo, entre suspiros e hipidos, repitiendo varias veces algunas palabras al no ser capaz de decirlas a la primera. Le cuento lo que le dije a Cianna, lo de después, todo, no me salto nada y soy muy detallista. Como si reviviera cada escena en la que la, cada vez, mas odiada voz, hizo presencia. Cada vez que hable de ella y con quien.
En cuanto he terminado de contarle todo llama a uno de los guardaespaldas para que traigan el coche y sin perder ni un segundo vamos directos a la casa. Viajamos en un silencio solo roto por mis hipidos y las promesas, que no muy realistas en este momento, de Marko. No escucho realmente que sale de su boca, pero en realidad no escucho nada más allá de las voces que me acusan en mi cabeza.
Nuestra primera parada es la habitación de Cianna, aunque ha pasado ya un buen, que no agradable, rato a mí me siguen temblando las manos y  las rodillas, me siento casi incapaz de sostenerme. Lo veo todo como una tercera persona y en cuanto hay un mínimo de silencio me vienen a la cabeza momentos con mi madre. Todo aquello que vivimos y se quedó en algún lugar perdido de mi mente, hasta ahora, que todo sale a flote.
Mis cumpleaños, sus desayunos especiales y sus lágrimas al ver a su pequeño crecer, me acuerdo de los días de la madre, en como siempre hacíamos los mismo y aun así se hacia la sorprendida, recuerdo los días de ferias y las vacaciones familiares, recuerdo su característico olor y sus abrazos, las veces que me limpio las lágrimas y en las que me dijo lo orgullosa que estaba de mí.
En mi cabeza también hacen acto de presencia las broncas, los gritos, las veces en las que pensé que era una pesada. Recuerdo nuestra última conversación, como le colgué sin decirle lo mucho que la quiero, lo que la echo de menos. Me viene a la cabeza las veces que me quejé de ella y todas las veces que le conteste mal, lo poco que le he agradecido por todo lo que ha hecho por mí.
A mi cabeza vienen todas las cosas que nunca dije y tanto deseo decirle ahora. Aquellas no dices porque las das por supuesto, pero cuando ya no vas a poder decirlo se hacen tan necesarias, te sientes tan mierda por no haberle hecho saber a esa persona todo lo que era para ti. Aquellas cosas que ya no vas a poder decirle son las mismas que te queman en la boca por ser pronunciada solo una vez más.
© 2016 - 2024 Thanies
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